Sin embargo, cuando digo que es un libro extraordinario es porque el fenómeno que aquí presenciamos es en sí excepcional. Siempre se tuvo por cierto que la Academia, el rigor investigativo, es ajeno a una obra poética donde la pasión, emoción y belleza inherente al arte puedan caber. Conocida es la condición a la que llegó la poesía en el siglo de los filósofos y académicos, llamado "de las luces". De Andrés, para solo citar un nombre de transición, se dice que su preocupación por la gramática, por la perfección del idioma, es la causa de la correcta, intachable frialdad de su poesía. En Pasajeros en tránsito, en cambio, obra de una mujer de rigurosa disciplina, académica, investigadora, docente, la poesía alcanza su más vibrante y apasionado tono. Y es que ha ocurrido lo insólito. El largo y desvelado bregar en campos tan austeros como la fonética y la lingüística, lejos de endurecer sus arterias, de obstruir los cauces de la creación, la ha llevado a la posesión consanguínea de los secretos más hondos del lenguaje, de los resortes más poderosos de la creación poética. Nos ha producido a veces cierta inquietud parecida a un sentimiento de culpabilidad el ver que la poesía marcha por un lado y el mundo por otro. ¿En qué sentido? Avanza la astronáutica, la cibernética, el enemigo fabrica nuevas armas de destrucción y las bautiza con metáforas poéticas, la medicina descubre nuevos males y nuevos remedios, el descubrimiento y la investigación del cosmos exigen nuevos nombres. Nada de esto ha sido recogido en la poesía; el poeta permanece ajeno a ese nuevo lenguaje. 154
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