El_Ahogado

madre calienta la leche en la cocina mientras desde el fondo de la casa su pequeño de tres meses arma una gritería de todos los diablos. . . el sastre y su rolliza esposa abren los ojos a la primera mañana de matrimonio. . . el viejo pescador escruta ansiosamente el mar borrascoso que rodea la isla de Bocas del Toro y las otras islas de ese enorme y bello archipiélago situado al noroeste de la República de Panamá. Imposible pescar hoy, se dice; una vez más el clima le ha jugado una mala pasada. A las nueve de la mañana, pese al obstáculo que le oponían las calles anegadas, la noticia había atravesado la ciudad de un extremo al otro. Y un terror indescriptible estrujó a sus habitantes. El pasado del archipiélago es una cámara de horrores. De ahí que cualquier hecho de sangre reviva en los espíritus viejos miedos latentes. Algo quedó rezagado en las islas, prendido de las lianas del monte, acechando en los manglares, presto a irrumpir tumultuosamente en el presente. Hay un peso muy grande enterrado en el corazón, algo muy podrido surca la corriente sanguínea poblando los sueños de signos sin clave. Cualquier crimen hace surgir, aun en los hombres más sensatos, una horrenda sensación de culpabilidad, de complicidad. Un pesado estupor descendió sobre Bocas del Toro.

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