El_Ahogado

EL AHOGADO Novela

TRISTAN SOLARTE EL AHOGADO Novela

Impreso en Panamá por Talleres Diálogo S.A.,Apartado 9A -192, Teléfono: 26-6971, Panamá, R. de P.

Indice Pág. VI Introducción Primera parte 1 Capítulo I 7 Capítulo II 13 Capítulo III 17 Capítulo IV 34 Capítulo V Segunda parte. Los testigos 51 Capítulo I 55 Capítulo II. El Testimonio de Orlando 71 Capítulo III. El Testimonio del padre González 89 Capítulo IV. Un curioso Testimonio 95 Capítulo V. Fragmentos de un testimonio. (La tarde de ese día) 103 Capítulo VI. En el cuarto de Rafael (Al día siguiente) 117 Epílogo V

INTRODUCCION Noche oscura, con fuerte viento del sur. Acaban de dar las once, pero ya las calles de Bocas del Toro están desiertas. Un grupo de perros vagabundos aúlla histéricamente su miedo al cíelo tenebroso. Rafael viene de regreso. El viento le ciñe la ropa al cuerpo. En la boca, un cigarrillo le ilumina intermitentemente el rostro pensativo. Tiene una mano metida en el bolsillo; con la otra se acaricia el pelo negro cortado casi a rape. Apenas cuenta diecisiete años de edad, es poeta y se deja penetrar por el misterio de la noche, por los presagios que azuzan a los perros, por el soplo cardíaco del océano que, unos metros más allá, vigila al pueblo echado a sus píes como un perro enorme, negro y celoso. Ni una lucecita en el cíelo, ¡Dios mío!, ni una estrella ; a este paso se quedará sola la tierra. ¿Cuál es el origen entonces de esta felicidad? La tierra sola en el espacio una pelota agujereada que rueda ciegamente y rueda y rueda sin objeto y sin meta y rueda y rueda solitaria ceñida por una levísima gasa de oxígeno que se acaba y se acaba y acabará en las fauces del perro la pelota la pelota Juega con las sílabas sin sentido Rafaelito trisca trinos Trinidad trina tiros tira trinos. La noche todo lo permite. Se diría que la nostalgia ha tocado fondo; que las sombras van a devolverle el paraíso perdido de su infancia con sus callejones húmedos y retorcidos, sus tambos plagados de misterios i•el patio de las revelaciones. Se detiene debajo de un farol y, apoyando el píe izquierdo VII

en la base de cemento, se ajusta los cordones del zapato. Ahora podemos verlo mejor. Es bajo de estatura. Labios ligeramente crespos, nariz respingona, pestañas tan abundantes que apenas si dejan entrever los ojos negros, luminosos. Cejas asimismo pobladas, frente tersa y no muy amplia; manos largas, dedos nudosos. En el anular izquierdo luce una sortija de plata Prosigue su camino, silbando suavemente una melodía popular. Ha dejado caer la colilla del cigarrillo en un charco formado por la lluvia en mitad de la calle. Sí; las calles de Bocas del Toro se hallan en muy mal estado: repletas de baches y de yerbajos que locamente se aferran a la miserable tierra arenosa de las orillas. La condición de las casas es simplemente desastrosa., despintadas, la madera carcomida por la polilla y por el vaho corrosivo del mar. Pero nada de esto tiene que ver con un poeta adolescente que camina a las once de la noche. Y no por falta de amor a su pueblo natal, ciertamente; pero su amor abarca la decadencia de las cosas y, hasta cierto punto, de ella se alimenta . No hay palabras para describir la ternura que inspira la vista de un solar vacío, antaño ocupado por una hermosa casa de dos pisos y hoy cubierto de monte y de latas. Ya está frente a su casa, su pequeña casa de madera con los helechos y flores del balcón, amorosamente cuidados por la abuela Sube las escaleras decrépitas. Sonriendo maliciosamente, abre la puerta y entra con grandes precauciones para no despertar a la vieja. Al pasar frente al cuarto de ésta, su ronquido familiar le llega pleno y sonoro, como una señal de buen agüero, de que todo está en orden. Atraviesa de puntillas el pasillo, y abre la puerta de su cuarto, situado en el otro extremo de la casita Enciende la luz. Es una habitación relativamente amplia, amueblada con sencillez: una cama de hierro junto a la pared, una cómoda, un armario. En la pared opuesta, un pequeño escritorio y un VIII

taburete. Empotrada en la pared, una biblioteca con medio centenar de volúmenes incluyendo varios ejemplares de las dos obras que lleva publicadas; "Canción de Amor" y "Falsos Testimonios" En la cabecera del lecho un retrato de García Lorca. Se desviste lentamente, sin dejar de sonreír. Apaga la luz y, completamente desnudo, se mete en la cama. Con los ojos cerrados espera pacientemente a que el poema que ha venido anunciándose todo el día se materialice en un soneto perfecto. Una a una se irán encadenando las sílabas embriagadoras. Conoce bien los síntomas. Aguarda. Aguarda. . . ;pero el que llega es el sueño, con sus limbos grises y sus incoherencias. En esa duermevela lo sorprenden. Siente, casi en sueños, los pasos que se acercan a su lecho, sigilosamente. Siente la mano que levanta el puñal; siente la ráfaga negra que irrumpe en su alcoba .. siente... y sonríe en sueños. A las dos de la madrugada se desató un violentísimo aguacero que se prolongo, con breves pausas y escampadas, hasta el amanecer. El día nace turbio, húmedo y melancólico. Heladas ráfagas de viento se enredan en la; esquinas. Calle tercera, empozada por el deficiente sistema de desagüe, está intransitable. Algunos peatones, descalzos y con los pantalones subidos hasta la rodilla, cruzan chapoteando, desdeñosamente contemplados por oscuros gallinazos ateridos de frío en los techos de zinc. El pueblo despierta lenta y perezosamente, bostezando y dando portazos. Un hombre sacude a su hijita de ocho años que se debate dulcemente en el centro de un sueño agradabilísimo... una vieja, con la canasta de hacer las compras colgándole del brazo, mira con rencor las calles anegadas. . . una joven pareja de amantes hace aún más ceñido el abrazo matutino; ambos tienen los ojos cerrados; en la misma cuadra, una IX

madre calienta la leche en la cocina mientras desde el fondo de la casa su pequeño de tres meses arma una gritería de todos los diablos. . . el sastre y su rolliza esposa abren los ojos a la primera mañana de matrimonio. . . el viejo pescador escruta ansiosamente el mar borrascoso que rodea la isla de Bocas del Toro y las otras islas de ese enorme y bello archipiélago situado al noroeste de la República de Panamá. Imposible pescar hoy, se dice; una vez más el clima le ha jugado una mala pasada. A las nueve de la mañana, pese al obstáculo que le oponían las calles anegadas, la noticia había atravesado la ciudad de un extremo al otro. Y un terror indescriptible estrujó a sus habitantes. El pasado del archipiélago es una cámara de horrores. De ahí que cualquier hecho de sangre reviva en los espíritus viejos miedos latentes. Algo quedó rezagado en las islas, prendido de las lianas del monte, acechando en los manglares, presto a irrumpir tumultuosamente en el presente. Hay un peso muy grande enterrado en el corazón, algo muy podrido surca la corriente sanguínea poblando los sueños de signos sin clave. Cualquier crimen hace surgir, aun en los hombres más sensatos, una horrenda sensación de culpabilidad, de complicidad. Un pesado estupor descendió sobre Bocas del Toro.

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